Con un invitado en casa.

Sonrió con calma, cerrando sus pupilas miel para añadir un poco más de tranquilidad a su rostro, poniéndose de pie lentamente, acomodó el traje que le quedaba un poco grande y miró hacia los lados.- ¿Dónde se encuentra el piano?- Debía admitir que tocar un piano de esa época le resultaría maravilloso.

Dejó de lado los cubiertos y limpió sus labios con la servilleta antes de imitarlo y levantarse. - En mi estudio privado tengo un piano blanco de cola, me encantaría que tocases para mi. - tomó la copa de vino y le extendió la mano al rubio para llevarlo por el pasillo de la planta baja hasta una puerta cerrada donde el castaño sacó una llave de su muñeca para abrirla.

Las sirvientas le habían colocado guantes de encaje blanco en las manos, los cuales comenzó a retirarse sin dudarlo, deseaba sentir un piano de aquellas fechas en su totalidad, siempre había sido uno de sus caprichos más grandes, un piano genuino. Siguió al hombre tomándolo de la mano, esperando.

La llave giró en aquella puerta de madera lustrada, como todas sus hermanas estas eran de una madera oscura y sus pestillos y cerrojos eran de bronce lustrado. El mecanismo de la cerradura se movió y la mano del varón, cubierta por unos guantes marrones movieron el pestillo abriendo la puerta, ingresando con el rubio colocándose a un lado de la puerta dejándole pasar al soltar su mano con una sutil caricia. - Todo tuyo, mi querido. – le susurró cerrando la puerta tras de sí.

Una habitación no demasiado amplia, apenas un poco más que la habitación donde había estado el rubio. El piso de madera era de un tono claro y lustrado, encerado y lacado, parecía que una fina capa de vidrio cubría la madera, se veía resbaloso y seguramente lo sería por lo que en los lugares donde había muebles y por donde se suponía que habría más transito se mostraba una alfombra roja con reborde azul oscuro. Las paredes tapizadas en tonos de terracotas y marrones adornados con flores amarillas enmarcaban algunos cuadros, un mapa de Londres antiguo, un retrato del castaño y su esposa, aunque este estaba algo oculto por una biblioteca repleta de libros que había que buscar ángulo para conseguir ver el cuadro en su totalidad. Una ventana estaba cubierta por unas cortinas finas blancas de tul y recogidas a ambos lados unas más pesadas de lana carmesí, seguro que una era para que no se viera al interior pero si pasase la luz y la segunda era para evitar esto segundo. Frente a la ventana un escritorio de madera con su silla correspondiente tapizada en un tono de borra vino así como el fieltro sobre el escritorio cubierto por un vidrio. Un baúl, una biblioteca con puertas de madera y un amplio espejo eran los otros muebles del lugar.

Y en el centro de esta habitación, sobre una alfombra de tonalidad bordó se presentaba un piano de cola blanco con su correspondiente banquillo, sobre la tapa, abierta sostenida por una varilla negra, se veía pintado el escudo de la familia. Seguro el rubio recordaría aquella pieza, pues en el futuro, no existiendo más el piano, si quedó aquella tapa cubierta de polvo en un rincón del ático de aquella mansión. En una esquina del escudo se veía una pequeña firma, solo dos iniciales “A.V.”. El piano tenía en sus uniones, así como en las patas y el banquillo, esquineros de oro representado enredaderas y parras. A un lado de este delicado y caprichoso instrumento había un sillón de dos cuerpos estilo Luis XV con almohadones de terciopelo. Para felicidad del castaño allí vio recostado, semi tapado con una pieza amplia de terciopelo solo con algunas cintas para ajustarla a la forma de este, se veía un cello, otra pieza delicada y ostentosa de cultura musical. Seguro su estimado le había enviado de regreso su instrumento por algún criado y algún sirviente propio lo dejó allí, donde pertenecía. Pues solo él y el sirviente principal de aquella mansión poseían llave de esa habitación, ni su esposa poseía manera de entrar si el castaño no lo deseaba… claro… siempre estaban sus malditas agujas que en sus habilidosas manos podían ser mejor que cualquier llave sobre la tierra.

Reconocía esa habitación perfectamente.. Pues en el futuro, todavía se le había estado dando el mismo uso, sólo se habían cambiado los muebles de pocisión. Giró el rostro hacia el varón, sonriéndole como un amante hace a su amada, con un deje de compañerismo y eterna lealtad.- .. Le encantará saber que en el futuro se ha conservado el objetivo de esta sala. -Ladeó su rostro para añadir encanto a su gesto y caminó hacia el piano, sin detenerse en otro sitio, pues este llamaba su atención como si estuviera pintado en rojo chillante. Sus pasos fueron respetuosos y procuraron no insultar al Conde con su prisa, terminando por sentarse en el banquillo y primero, deslizar el dorso de la mano por la cubierta levantada de las teclas, esbozando una sonrisa complacida. Meditó unos momentos la tonada que deseaba, algo cómodo pero conmovedor, pensó. Tras unos momentos, sus dedos se colocaron sobre las teclas y comenzaron a tejer sonidos que juntos formaban la melodía que hipócritamente, le dedicaba al hombre.


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Le siguió para tomar entre sus manos el cello y acomodarlo a un lado apoyado por el sillón donde tomó asiento para mirar al joven acariciar el piano. Sus piernas se cruzaron, la derecha sobre la izquierda y sus manos descansaron con sus dedos entrelazados sobre esta. Los primeros acordes le hicieron cerrar sus ojos y bajar su cabeza deteniendo su respiración, un sonido tan limpio y delicado que nunca había escuchado. Entreabrió sus ojos para observar al rubio, sus dedos, como estos viajaban de tecla en tecla y como se movía suavemente con la música.

Incluso el sonido de la puerta fue incapaz de sacarlo de aquel estado de fascinación en el que se había sumido. Sobretodo cuando la tonada se volvía más intensa, lo había decidido, amaba a ese pianista.

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La ama de llaves de la mansión abrió la puerta para recibir a quien tocaba. Era una mujer de no más de 30 años, cabello castaño y aspecto normal - ¿Sí? -

Su mirada ausente estaba colocada contra el escudo elaborado en el piano, mientras sus dedos al parecer con vida propia, danzaban sobre las blancas teclas del fino piano como si su dominio fuese exactamente ese, entre blanco y negro, suaves rectángulos encerados que funcionaban como una pista de baile, algunas veces presionando con las yemas de los dedos en un roce, otras veces con presiones más definidas, calculando qué tanta fuerza aplicaba en cada movimiento.

A su espalda, la trenza parecía balancearse suavemente conforme el cuerpo seguía el ritmo de las tonadas, pues ni siquiera él mismo podía frenarse del ritmo que sus manos imprimían en el sonido, lo que estaba tocando era un fragmento que había memorizado en el futuro, no recordaba el nombre de la canción, pero le agradaba en demasía, pero .. ¿Por qué adquiría emoción al tocar para él?

Extasiado observaba al rubio, cada detalle, cada movimiento… cada nota que de sus dedos salían y que parecían danzar en el aire hasta los oídos del castaño. Buscaba discernir aquella tonada, desmenuzarla en su mente y buscarle el autor de dicho tema, pero su mente era distraída y arrastrada por la composición de sonidos e imágenes que aquello brindaba.

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La dama miró a los jóvenes y después al rubio que había tocado la puerta - Lo siento, señores, pero la familia Silvercraft no recibe visitas después de la cena sin aviso previo. ¿Es por algún asunto de peso? –

Cesó los dedos en un suave roce a las teclas para provocar una ligera pausa, la tonada deseada había terminado en un tenue toque con las yemas de los índices y por cortesía, preguntó sin voltear.- .. ¿Desea que toque algo en especial para usted? - Cuestionó, aunque poco le importaba. Él sólo deseaba seguir tocando.

Salido de aquello pestañó un par de veces y levantó sus manos para cruzar del lado opuesto las piernas acomodándose el sillón - Solo deseo verte y escucharte, lo que toques será de mi agrado, mas si ya no tienes música en tu mente puedo brindarte unas partituras. – pensó en la biblioteca cerrada, allí tenía partituras para el piano pero no sería bueno abrir aquel mueble, menos frente al rubio.

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La sirviente solo sonrió con cortesía y miró a los chicos luegos de responder el saludo con una reverencia y unas "Buenas noches"

Tenía muchas melodías en mente, pero .. La mención de las partituras le llamó en demasía la atención, pensar en sólo obtener notas genuinas de ese tiempo le hizo ruborizar y con una sonrisa cálida, mencionó con gentil voz.- .. ¿Puedo verlas?

Se levantó con su normal porte y se dirigió a la biblioteca, no donde guardaba las partituras que deseaba que viera su querido esclavo, si no la otra, la abierta - No tengo muchas para piano… - dijo en un murmullo tomando de esta un libro fino donde su portada se leía “Classic Music: Piano” el cual entregó al joven - Mira estas a ver si alguna melodía capta tu atención.

Y dicho esto se acercó a la otra biblioteca, contaba que al menos distrajese un poco al menor con aquel libro mientras con una pequeña llave que tomó de encima del mueble. Al abrirlo solo entreabrió una de las puertas agachándose, pese a la oscuridad se pudo ver en su interior siluetas de diferentes objetos enganchados en la parte interna de la puerta, algo que parecía un látigo, algunos objetos con formas indefinidas… cerró la puerta. En su mano portaba un fino folio de cuero cosido donde en el interior habían varias hojas sueltas. Estas eran pedazos de canciones, sus mas preciadas, hechas por su estimado, nunca se había atrevido a interpretarlas.

Tomó el primer libreto y lo hojeó tranquilamente, aunque ninguna de las partituras llamaba su atención .. Algunas ya las conocía .. Otras no presumían de una dificultad digna de interpretar, y como si las otras piezas gritaran su nombre, volteó a verlas y la fachada tan despreocupada del otro le dió curiosidad, tomándolo y abriéndolo para ver que carecía de un autor determinado, estaban elaboradas a mano.. Una sonrisa se mostró en sus labios.

Colocó la primera melodía frente a su rostro y los dedos en las teclas, necesitando tan sólo de un momento para leer la página y comenzar a tocarla.

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Se quedó de pié junto al piano observandolo tocar, como aquella magica y calma melodía brotaba de aquel instrumento enredando sus nutas y entrelazandose como una enrredadera que llenaba la habitación y apenas se filtraba fuera. Comenzó a caminar por el lugar, con sus ojos entrecerrados y carentes de gafas, pues se las había quitado para la cena, recorrió rodeando el sillón y se acercó por la espalda de Anthony, caminaba lento por lo que la acción le llevó varios segundos.

Sus manos se posaron en los hombros ajenos de manera suave - Sigue tocando. - ordenó en un susurro mientras sus dedos acariciaban sus hombros de manera suave rozando con sus yemas la parte visible del cuello.

La presencia de sus manos en los hombros alteró la nota por un breve segundo, recuperando el ritmo en espera de que no lo haya notado, se encontraba nervioso, aunque no sabía si por miedo .. O quizás por deseo. Sus blancos dedos continuaron con las caricias a las teclas, elevando el rostro para poder mirar el suyo, sin frenar el acto de sus manos.

Cuando el rubio alzó el rostro el castaño le sonrió y se inclinó sobre él para acercar su rostro al ajeno, sus dedos se detuvieron solo un segundo - Te deseo... - murmuró volviendo a mover sus dedos para rozar la suave piel de su cuello debajo de sus orejas y besar así la punta de su nariz. - Desearía que no parase nunca tu música, mi querido Anthony. -

Algún día lo hará.. Pensó dentro de él, relajando las manos para tocar la melodía en un ritmo más lento, teniendo la oportunidad de entrecerrar los ojos y dejarse hacer, incluso mover un poco su rostro para hacer más profunda la caricia.- .. Milord.. -Murmuró justo sobre sus labios.

Cerró sus ojos y sus dedos rozaron el camino hasta sus mejillas las cuales presionó al llevar y movió su rostro para que sus labios hiciesen contacto con los del menor. Con ambos rostros encontrados y en la incómoda posición del rubio, el castaño solo se inclinó más ladeando su rostro para presionar el beso, un beso sencillo que solo involucraba un contacto de labios, apenas un movimiento de caricia entre estos. A los tres segundos se separó mirandole con sus orbes entrecerrados.

Ya se esperaba una situación como esa, lo que no tenía previsto era el intenso sonrojo que le iba a provocar en los pómulos y una fuerte sensación de derrota, quizás sumisión verdadera ante el hombre. Alcanzó a cerrar los ojos y sus dedos se detuvieron después del roce, quedándose con los labios entreabiertos, casi suplicantes ¿Quién diría que inconcientemente se había quedado hambriento de más?

Curvó sus labios en una sonrisa al verle, tan sumiso y vulnerable, con aquel rubor en sus mejillas simplemente se le hacía exquisito, irresistible. Sus dedos aflojaron el agarre y bajaron por delante de su cuello y pecho jugando con los botones del traje, acariciando por encima de la ropa. Observó sus labios y las ganas de más del otro - Pídelo como debes. -

¿Pedir? Jamás había pedido una cosa de esa índole, y con la actitud que el hombre tenía, dudaba qué clase de actitud deseaba en su persona. Sus dedos ya no tocaban el piano, ahora subían y acariciaban el cabello castaño de su ancentro, imaginando con las yemas de los dedos la presencia de las gafas que rodeaban los intensos ojos azulados.- .. Milord.. Permítame besarlo una vez más.. Se lo suplico.- Se asustó de sus propias palabras, en su mente no deseaba aceptar que surgía el deseo, así que para retirarse la culpa, se mintió a si mismo diciendo que era sólo para manipularlo.

El placer que sintió por aquellas palabras fue a nivel casi que enfermizo, su sonrisa se amplió solo un milímetro más y sin perder contacto visual con él pero si soltandolo, rodeó el banquillo para senatse perpendicular a este junto al rubio, es decir, con sus piernas separadas y el banco entre estas.

Una vez allí volvió a estirar sus manos para acariciar aquellos mechones que escapaban de la trenza cuidadosamente hecha y entrelazarlos entre estos para jugar con ellos - Puedes besarme. concedió, igualmente en un susurro.